Cuando viajamos, al igual que en la vida, deberíamos desarrollar la capacidad de no querer controlarlo todo. Darnos la libertad y la presencia de simplemente ser, sin expectativas. Pero es casi inevitable formarse ideas, especialmente al viajar a un lugar como la India. Una parte de nosotros siempre termina creando una imagen mental, aunque solo nos damos cuenta de ello cuando llegamos y nos sumergimos en la cotidianidad del lugar.
La India, después de China, es el país más poblado del mundo. Al aterrizar en Nueva Delhi, esta realidad se siente de inmediato. Para ponerlo en perspectiva: incluso a las cuatro de la madrugada, la capital india parece Roma en hora punta. El enredo de coches — ‘tuk-tuks’, que aquí en realidad se llaman ‘rickshaws’— bicicletas y motocicletas; un río de personas mezclándose entre sí, con una humedad densa en el aire y un incesante concierto de bocinas, que aquí funcionan como una medida de seguridad.

Aves, monos y sarees de colores — una prenda tradicional femenina india—brillan en tonos de amarillo, rojo, naranja y dorado. La estación central se llena de un torbellino de colores en movimiento, olores inexplicables que se entrelazan — desde el agradable aroma floral del incienso hasta fétidos e indefinidos hedores. La gente corre de un lado a otro, en un frenesí de movimiento, mientras otros duermen en el suelo, esperando su próximo tren.
Pobreza, humedad y sudor, pero al mismo tiempo, una sensación interna de calma, derivada de la certeza inconfundible de estar en el lugar correcto en el momento adecuado.
Esto es lo que podrías imaginar en un primer encuentro con el subcontinente de los descendientes más cercanos de Lemuria — un linaje ancestral que nos precedió hace más de 50.000 años.
Pero nuestro destino es otro: la famosa capital del yoga, Rishikesh. Donde incluso los Beatles se quedaron por un tiempo, dándole fama mundial. Un viaje de cinco horas en tren de Delhi a Haridwar. La emoción empieza a apoderarse de nosotros y nos damos cuenta de que, en efecto, sí, esta es la verdadera India.
En un viaje como este, es esencial mantener una actitud libre de juicios, simplemente permitiendo que la observación pasiva tome su lugar. Una mirada auténtica a este mundo que tanto hemos idealizado y que ahora se presenta ante nuestros ojos. Es natural reflexionar sobre la idea de que, en el ciclo de constantes reencarnaciones, quizás todos hemos pasado por la India antes, cuando éramos almas más jóvenes.

Aquí la vida es materialmente compleja: hay una falta crónica de infraestructura. Sin embargo, existe un nivel de consciencia diferente al que podríamos esperar. Y ahora es cuando entran las expectativas: solemos asumir que en la India todos son seres sumamente espirituales, o que esta tierra, de alguna manera, infunde en sus habitantes la sabiduría de aquellos que caminaron por ella antes, transmitiendo las grandes verdades de los textos sagrados. Nada más alejado de la realidad. Como en cualquier otro lugar, en la India — y en Rishikesh en particular — se encuentran todo tipo de personas, algunas conscientes y otras dormidas.
Pero existe un oasis donde las cosas toman otra forma: los ashrams. Son lugares dedicados a la evolución espiritual del ser humano a través del yoga. Entrar en estos espacios significa dejarlo todo atrás. Se entra en un aura protectora creada por quienes pueden disipar la oscuridad: Guru. Aquel que nos guía en el camino, mostrándonos otras posibilidades. Y así, nos sentimos profundamente inspirados por cánticos y prácticas purificadoras.
Cuando viajes a la India, agradécete a ti mismo la oportunidad de liberarte de las expectativas de la mente, para poder experimentar el mundo simplemente tal como es. No hay otra manera de aprender la esencia de las cosas, de comprender el significado de la vida. Permanece en silencio, observa y practica yoga. Medita y déjate llevar por la inmensa alegría de la autorrealización.
📝 ¡Gracias por leerme! Escribí originalmente este artículo en italiano para el periódico “Laici” el 28 de marzo de 2024. También puedes encontrarlo en las siguientes plataformas, con enlaces a las versiones en inglés e italiano: